Ya sé que 25 años, hablando en general, son muchos años.
Pero, en mi caso, os lo prometo, os lo juro, os lo digo, han sido como un
suspiro, como un soplo. Y ha sido así porque he sido feliz en mi trabajo. Nunca
podría entender mi trabajo sin disfrutar de él; no podría soportar tener que ir
tachando los días que ya han transcurrido para celebrar que me quedan cada vez menos
días. He mirado cómo sucedían los días con pena porque cada vez quedaban menos.
Y ahora, sigue siendo así pero con mayor velocidad.
Siempre he pensado que nada merece la pena si el esfuerzo
por conseguirlo no se hace desde la satisfacción, desde el convencimiento y
desde la felicidad. Y eso hay que trabajarlo, amigos míos, hay que
trabajarlo. Mi terna de trabajo ha sido
ir avanzando:
Imponer. Imponer es fácil, es tentador, es rápido pero
pertenece a un estilo de trabajo frágil, inseguro, insoportable y efímero.
Convencer. Qué difícil es convencer, cuánta argumentación se
necesita, cuánta paciencia, templanza, cuántos resultados hay que mostrar y
demostrar, cuánta energía y esfuerzo hay que dedicar a tratar de ser
convincente, a ser creíble. Hay que tenerlo muy claro para dedicar tiempo a perder
el tiempo en eso. Convencer, a diferencia de imponer, pertenece a un estilo de
trabajo sólido, seguro, agradable, imperecedero.
Ilusionar. Imponer, convencer, ilusionar. No hay labor ni camino
más prioritario que tratar de ilusionar a las personas en su trabajo. Ni aunque
sólo lo consideremos desde el punto de vista económico. Tener una plantilla
feliz es económicamente rentable. Tener una plantilla feliz sí que es un reto:
enfocar tu trabajo, todo tu trabajo, todos los problemas de tu trabajo para
tratar de ilusionar a las personas que trabajan contigo. ¿Os imagináis cada uno
de vosotros, de vosotras contestando sí a la pregunta de si te ilusiona tal
proyecto, tal reto? Solo entonces seremos poderosos, invencibles. No habrá cataclismo
que nos haga caer.
Pero no es tan sencillo; hay muchos demonios en nosotros y también ahí
fuera, además, hay tentaciones, hay inercias, hay … Iba a decir que es
importante que cada uno asuma su responsabilidad en su trabajo pero, solo eso, yo,
al menos, estoy convencido, de que no es suficiente. Yo no quiero que mi
trabajo sea un listado de responsabilidades y de tareas a realizar, quiero más,
quiero respirar, quiero vivir, quiero ser feliz. Por eso iba a decir que es
imprescindible que cada uno se plantee el trabajo desde la exigencia de la
felicidad, bendita paradoja.
El lunes celebramos la IV Edición de los premios HETEL y, mi
intervención va a empezar así: Tenemos mucha suerte de trabajar en la Formación
Profesional Vasca. Un mundo apasionante, cercano a los jóvenes, a las empresas, a la innovación, y por qué
no, a los riesgos que ésta conlleva, cercana a la ciudadanía, y, lo
mejor de todo, inagotable en retos. Y luego sigue pero esa es otra historia.
Nunca me cansaré de decir, en privado o en público, que este
centro sois vosotros, vosotras; si vosotros sois felices el centro es feliz y
si el centro es feliz, ni todas las hordas de orcos juntos derribarán sus
muros. Yo ya llevo un recorrido y, cada día que pasa, no solamente lo tengo más
claro sino que creo que es una temeridad y una irresponsabilidad no darse
cuenta de ello. ¿Cómo podríamos innovar desde la infelicidad? Yo no quiero una
innovación con virus.
Yo no creo en los ºC sino en los km/h. Es decir, no creo en
la temperatura del culo como unidad de medida o indicador del trabajo. En lo
que yo creo es en la velocidad del aire que se crea al moverse para colaborar,
para aliarse, en la velocidad del aire que se crea al mover los brazos para
festejar los éxitos, en la velocidad del aire que se crea al volver a
levantarse con rapidez de los fracasos.
Dejarme que os cite un texto de Jorge Wagensberg, (actual
director científico de la Fundación La Caixa y un tipo singular) que ahora
mismo lo tengo como mantra y que yo nunca lo habría podido describir mejor. Se
titula el habitante de la frontera y ya lo envié a los directores y directoras de nuestros centros de HETEL. Lo
voy a leer lento para que lo podáis disfrutar un poco más. Se titula el
habitante de la frontera y es
simplemente un párrafo. El habitante de la frontera.
«El habitante de la frontera está
abierto a la innovación, está dispuesto a correr riesgos, a perder tiempo, a
renunciar a los privilegios de la antigüedad y la experiencia; mantiene el
temple en la soledad, es generoso con el adversario, noble en la competencia,
pierde con facilidad el sentido del ridículo pero nunca el sentido del humor, y
está bregado en mil aventuras contra la incertidumbre a golpe de conocimiento».
Y yo sé que las personas de Maristak de Durango sois, somos habitantes
de la frontera, diferentes al resto. Somos mejores, somos los mejores. No
perdáis de vista nunca, pero nunca nunca, hasta en los días en que te cagas en
todo, la suerte que tenéis de estar aquí, por tener la oportunidad de mostrar
cada día vuestra honestidad y vuestra profesionalidad; no perdáis de vista
nunca, pero nunca nunca que trabajar desde la felicidad no solamente se puede
sino que se debe, que es responsabilidad de todos o que, dicho de otra forma,
sería una enorme irresponsabilidad, incluso rozando el delito, no tratar de
colaborar en hacer más felices a las personas de nuestro alrededor, de nuestro
Centro.
Eskerrik asko lagunak.
Zorionak Julen por los 25 años y por el artículo. Toda una declaración de intenciones que me ha aportado un gran soplo de aire fresco.
ResponderEliminarEskerrik asko zuri Julen! Danok emozionatu ginen zu entzuterakoan! Niretzako oso hitz politak izan ziren!
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