Cuantas veces he comentado que
una organización son sus personas; para lo bueno y para lo malo. No obstante,
permitirme en este caso romper una lanza por un aspecto que no debemos
convertir en subsidiario respecto al valor de las personas.
Me refiero a la Estrategia. Somos
expertos en ir mejorando el proceso de generación de la estrategia de nuestra
organización, incorporando nuevas entradas, nuevos procedimientos, formatos,…bien.
Posiblemente vayamos en la buena dirección, dando gran importancia a la
adquisición de la información como base de una estrategia creíble; a la
planificación de las acciones, pocas pero potentes, medibles, mejorables; a la
evaluación de los resultados que vamos obteniendo… pero, ¿no echáis algo en falta?
Sí, la ejecución de las tareas y acciones planificadas.
¿Ejecutamos las acciones según el
enfoque, el olor de la estrategia? ¿No nos influyen, en ocasiones, otras
variables del día a día, que nos hace perder la perspectiva que tiene la estrategia
tan arduamente diseñada? Si la estrategia es abarcar un nuevo ámbito, amigo
mío, ésa debe ser la consigna, sin escuchar determinadas opiniones personales,
determinados cantos de sirena, determinadas voces que pueden surgir con
frecuencia movidos, seguramente, por otros intereses y objetivos ajenos a nuestra
estrategia, compartida, sólida y referente.
Es lo que tiene diseñar una
estrategia, que hay que cumplirla. Porque si no es así, las personas de la
organización no nos creerán, pensarán que es de cartón-piedra, que es pura
fachada, y, si las personas no creen en nuestro modelo de gestión, más temprano
que tarde, todo el castillo de naipes se caerá con el primer soplo de aire.
Efectivamente, la estrategia no
debe ser rígida sino adaptable a las nuevas variables que surgen todos los
días; pero ejecutando las revisiones con criterio, con planificación y con
consenso.
Es lo que tiene diseñar una
estrategia, que hay que cumplirla.