Me refiero a una obviedad cuando digo que los responsables
de las organizaciones suelen tener una tarea diaria inexcusable como la que
representa gestionar su correo. Pero, en esta tarea, más o menos
mecánica, rutinaria, se esconde todo un mundo de conexiones que finalizan,
curiosamente, en las personas de la organización.
No estoy haciendo alusión únicamente a que pueda tratarse de
saber dar salida a tanto requerimiento, sino que, no lo olvidemos, en la mayoría
de los casos, quien envía un email a un responsable de la organización
considera importante su correo. Por ello, no contestar a los correos no
conlleva solamente retrasos de carácter técnico, que, ojo, también puede traer consecuencias
nefastas para la organización (incumplimiento de plazos, desinformación,
pérdida de contactos,…), sino, y, lo que para mí es la gran consecuencia de la
mala gestión de los correos, la pérdida de sensación de escucha, de
credibilidad y de confianza de las personas en los líderes.
Una mala gestión de una pequeña tarea mecánica desemboca en
el abandono de la ilusión de las personas de la organización.
Una persona que envía un correo (importante para ella, reitero) a un
responsable necesita una respuesta rápida, corta o larga, abreviada o extensa,
positiva o negativa, agradeciendo siempre. No hay excusas de ningún tipo para
la no lectura, para la no respuesta, ni la falta de tiempo ni gaitas. No hay
excusa para un buen líder. Para un líder que no es tal habrá treinta mil. Porque
si se encuentra una justificación para retrasar una respuesta, se abre la
puerta de la espera y las personas percibirán, además de ineficacia por los
malos resultados derivados, dejadez, desinterés por las preocupaciones de las
personas, lejanía, en definitiva, sensación de una gestión alejada de las
personas.
Ay, el correo.